El misticismo del jardín japonés

Belén F. Escribano Belén F. Escribano
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Bienvenidos al país del Sol Naciente. Japón es desde hace siglos un referente en todo lo que concierne al manejo de plantas florales –lo que ellos conocen como ikebana–, y lo aplican también en sus jardines. Jardines plagados de elementos tan conocidos como característicos: caminos empedrados que nos llevan a extraños templetes de piedra y techo curvo, riachuelos plagados de nenúfares y flores de colores rosáceos y violetas, árboles de tallo fino, elegante y casi femenino y, por supuesto, cerezos con su característica flor, uno de los iconos de la isla nipona. Todo para envolver tanto a los que viven en esa casa como a los visitantes en un ambiente de armonía y paz mental, hacer que la mente se evada de los problemas entrando en contacto con la naturaleza y la tranquilidad. Claude Monet acabó prendado de estos jardines japoneses, ahora tú descubrirás por qué.

Puertas al zen nipón

Todo jardín japonés empieza con una puerta no menos nipona: el shoji. Una puerta de listones finos y oscuros que cubre sus huecos con papel de arroz, fino y traslúcido, que permite que la luminosidad del sol entre en la casa sin alterar el exterior con las visiones del interior de la vivienda ni el interior con lo que sucede entre los árboles y rocas

Deslizándose al interior

La puerta no se abre ni gira sobre unas bisagras, sino que se desliza suavemente por rieles intentando no molestar ni a la casa ni al propio jardín. Así, con sigilo, damos el primer paso dentro de este pequeño rincón de solaz.

El camino de rocas

La piedra es el elemento fundamental de todo jardín japonés. Losas que forman un camino, rocas en pie con un simbolismo que trasciende la mera ornamentación y cuyo significado solo permanece en la memoria de los que lo transmiten de boca a oreja.

Para quedarse de piedra

La representación de la roca como isla o montaña aislada por el vacío del mar. Piedras intactas, sin tallar, bastas pero que no caen nunca en señal de respeto a la naturaleza. Losas planas alisadas por el tiempo, el viento y la lluvia en las que apoyar los pies. Y entre todas ellas, la conocida como Monte Shumi. El Monte Shumi simboliza el eje del mundo en la religión budista. Una simple (tan solo visualmente) roca en la que los jardines japoneses colocan el vértice de coordenadas de su fe. El objetivo: no buscar un mar de piedras, sino sentir que el mar fluye entre las rocas

Explosión de colores

Los colores se mezclan con elegante armonía en el caos de hojas gracias al arte japonés del ikebana, el combinar plantas y flores en grupos para dar una sensación místico-religiosa de perfección. No se usan menos de tres colores, pero jamás emplearán cuatro ni nueve por ser números que traen mala suerte

Tradición hasta en las ramas

Salir a estos oasis es verse rodeado de pinos negros japoneses, arces de hoja caduca y cerezos de flor rosada, matas de camelias y altos tallos de bambú mezclados entre otros y con todo con calculado desorden estético, bajo los cuales brotan frondosos arbustos de helecho y alfombras de musgo que dotan al jardín de un aire venerable y ancestral. El jardín japonés respira y transpira tradición

Agua en las islas

El mar, las propias islas que componen el archipiélago nipón… Un jardín japonés no está completo si no podemos ver agua, un riachuelo que surque de parte a parte entre las piedras y bajo las tupidas ramas; pequeñas cascadas que asombran y refrescan, o un lago que sirva de remanso para el agotado

El yin y el yang

Y en medio, otro de los elementos básicos: la isla. Una isla que se une al resto del jardín con un puente curvo, de madera habitualmente pintada o de piedra. En esa isla –que en los jardines hechos en la antigüedad podría llegar a ser ficticia y quedar representada por otra piedra– es donde se suele colocar el Monte Shumi. Para el budismo, roca y agua conforman el yin y el yang, complementándose con perfecta sincronía

Decoración allende los océanos

Finalmente queda hablar de los otros elementos que componen estos jardines. Son muy características las linternas de piedra llamadas tōrō, empleadas en las residencias nobles y en los templos sintoístas para iluminas las hileras empedradas que conducían a sus destinos. Estas lámparas de techo levemente curvado recogen la nieve a modo de corona en invierno y las hojas secas en otoño, dando el merecido protagonismo y homenaje a cada estación

Nos vamos con un té

Además de las tōrō están las casas de té, pérgolas de madera o metal con techos construidos de madera o complejas y amplias estructuras destinadas a la recepción de personalidades o de la nobleza. El tamaño de estos pabellones, no obstante, ha ido haciéndose más pequeño para dar más espacio a la cuidada estética del resto de elementos. No es poco habitual encontrar también pequeños balcones de madera que permitan admirar la belleza del arte nipón y tomarse un respiro junto a los árboles.

El concepto del zen, la meditación budista, es uno de los cuatro propósitos a los que sirve un jardín japonés. Rodeados de este misticismo, este elegante y ordenado manto de colores, formas y olores que parecen aislar al individuo del mundo y ponerlo en contacto directo con la propia Gaia queda clara la maestría nipona a la hora de crear sus pequeños trozos de paraíso. ¿Por qué no trasladar esa sabiduría y, sobre todo, ese gusto por el diseño a nuestro propio hogar?

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